Los Leñadores Baños
Postales del Ayer
Vayamos presurosos hacia la calle Real a darles el encuentro a los leñadores. Son nuestros conocidos y saben de antemano que la leña trae el secreto de los campos guardados en soles transeúntes, para dar vida a los fogones que esperan taciturnos cobijarse de áureas flamas.
Los Leñadores
Leñador, habitante del bosque, legendario argonauta con hachas infalibles y endentadas sierras, tu fulminante oficio marca en cada linea que desgarras del árbol, un llanto que lacera tu espíritu indomable. Sientes que esas manos encallecidas, rudas, rompen en cada hachazo pedazos de una vida que morirá por siempre, sin retoños ni cantos de aves despojadas de sus místicos nidos.
En las tardes de vientos inmutables, cobijado en tu poncho amigo de los llanos, viajarás silencioso a algún lugar de nadie y buscarás perdones por matar una vida que florecía pura, con cantares de hojas y secretos fugaces de ángeles nocturnos. No puedes escoger entre dos vidas. Tu hogar te reclama el pan de cada día y buscas madrugar a escondidas para esperar los soles de luna llena.
Sereno, imperturbable, rompes en cien pedazos la madera, y en atados firmes, colocas en los lomos de asnos que enflaquecen en cada caminata hacia el pueblo vecino. Bajas por la ladera, por chaquiñanes que conocen tus pies descalzos de pobreza, y en fugitivos sueños, bordas la risa alegre de vástagos que esperan.
Me preocupa tu asno, tiene la piel cansada y la carne brotada de volcanes que emanan rojizos hilos, que bajan sigilosos nutriendo a los insectos. Sus grandes ojos de miradas oscuras despiden sombrías luces cabizbajas, su voz entrecortada es un lamento, sus muslos se comprimen y buscan refugiarse en los tapiales.
La leña está que arde en cada casa, en fogones de piedra, en flamantes cocinas de cemento, bullen en mil diablillos que brotan subyugantes, danzando magistrales al compás de imperceptible cánticos que brotan atrapados en murallas de fuego.
La leña se ha quemado, el humo se ha escondido en muecas voluptuosas y caen las cenizas en soledad de tumbas. El árbol que en el bosque se alzaba majestuoso en catedrales donde posaba la vida, se ha perdido en las frías moradas de los vientos. El leñador reposa su holocausto envuelto en tardes que se mueren sin trinos, sin jolgorios, sin silbidos de hojas juguetonas.
Autor: Rodrigo Herrera Cañar
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