Leyenda del Carbunco

Existen varias versiones del Carbunco. La presente corresponde a la familia Buenaño, antiguos propietarios de las montañas del Añango.

Leyenda El Carbunco

Recordaban muchos campesinos de la zona de Baños a un animalito fabuloso que aparecía repentinamente en la montaña durante la noche. Su virtud consistía en defecar pequeños montoncitos de oro visibles únicamente para los afortunados. Sus ojos que brillaban como linternas señalaban la ruta de su desplazamiento.

Quienes lo habían visto por la falda del Añango o al pie de la cascada de Agoyán, diéronle en llamar impropiamente "carbunco". Lo relacionaban con el oro de los Llanganatis, el espíritu de la montaña. El nombre estaba en boca de los campesinos y montañeses.

A propósito de sus virtudes referían que un labriego pobre, por carecer de tierras labrantías se dedicó a cargar fardos y equipajes de viajeros al oriente. En uno de estos recorridos, agobiado de cansancio entró a dormir en una cueva.

Al amanecer del día siguiente miró con sorpresa que el animalito de ojos encendidos salía del interior y se alejaba a perderse en el chaparro. Sin dar importancia a lo presenciado continuó nuestro hombre su camino.

A su regreso después de algunos días volvió a la misma cueva a pasar la noche. Tras el primer sueño provocado por el cansancio no pudo dormir algunas horas acosado por infinidad de pensamientos hasta quedarse nuevamente dormido. Casi a la madrugada tuvo una ensoñación maravillosa:

-Encontrábase en un cementerio bajo el peso de un fardo insoportable sin hallar salida. De pronto sintió hallarse cabalgando en hermoso caballo blanco que galopaba por entre árboles frutales. De los follajes caían ramas desgajadas por el peso de fruta abundante que regaba el camino.

Cuando despertó con el primer claror de la aurora su imaginación volaba hacia mundos extraños. Absorto en sus pensamientos acerca del significado del sueño, no se había dado cuenta del animalito que salió de su lado a perderse en la quebrada.

Al levantarse para continuar la jornada había junto a sí montoncitos brillosos que los recogió con curiosidad para ir ante el cura de la parroquia a quien acostumbraba dar cuenta de sus viajes.

Cuando miró el fraile recogió con avidez hasta la última partícula y luego de haberlo escuchado el relato se puso severo y ordenó al hombre retornar por la misma a buscar los restos del material y a capturar al animal que bien podía ser el demonio.

Sin tiempo para saciar el hambre ni el agotamiento retornó a la cueva a recoger la última chispa visible y a esperar al animal hasta la noche. Cansado de inútil espera quedose dormido hasta la madrugada. Mas algo lo despertó sobresaltado.

 Era la presencia del misterioso animal. Hallábase tan manso y acariciable que lo tomó en la esquina del poncho y emprendió en regreso. No clareaba bien todavía y el camino estaba resbaloso a causa de la lluvia nocturna.

En el momento menos previsto un resbalón lo hizo rodar hasta el filo del abismo. Asustado el animalito se lanzó al río. La desesperación fue tal que por poco no se lanzó él más en seguimiento. Quedose contemplando por largos momentos las aguas turbulentas por si volviera asomar.

Resignadamente volvió después a recoger el poncho caído en el resbalón. El material brilloso no se había desparramado y curiosamente se hallaba en mayor proporción. Recobró la alegría al tener con qué ir a presentarse ante el señor cura.

El sol de la mañana esparcía sus rayos llenando de vida los flancos cordilleranos. En lontananza el camino hacia el oriente se perdía en el zigzag de las estribaciones. Los transeúntes desfilaban con ligero saludo sin percatarse de la cautela con que el hombre llevaba el tesoro.

A poco asomó una caravana de extranjeros, cuyos guías que conocfan al hombre lo detuvieron entre saludos y bromas obligandole a descubrir lo que llevaba oculto.

No pudieron creer los curiosos lo que vefan. Su actitud atrajo a los extranjeros que al contemplar se quedaron asombrados. Luego trataron convencer al hombre, pero este no cedia por estardestinado al senor cura de la parroquia.

Tanto hicieron hasta que al fin lograron obtener el material a cambio de un talego de monedas. Salo entonces comprendió el campesino el significado del suefio de la noche anterior.

Con gran alegría fue al hogar a esconder la fortuna para darlo mejor destino. Lo primero que compró fue un terreno con árboles frutales, pagó sus deudas y compró un caballo para viajar al pueblo.

Hasta tanto el cura que se hallaba impaciente de esperar, al verse burlado predicó en la misa del domingo acerca de los peligros de la riqueza y de las acechanzas del demonio que anda engañando a las almas para llevarlas a la condenación eterna.

De nada tenía que temer ya nuestro buen hombre porque se había salvado de la condenación de su pobreza y entraba en el goce de una vida mejor, gracias al carbunco que le había dado la fortuna.

Desde entonces los habitantes de las faldas del Añango, como los de Río Blanco y Yunguilla dedicáronse a la búsqueda del animalito de la suerte. Tras algún tiempo de inútiles esfuerzos han renunciado su labor porque según rumores lo han capturado los dueños de la Granja Avícola Agoyán y lo tienen haciendo producir oro en alguna de sus propiedades.

  • Libro: Leyendas y Tradiciones de Baños
  • Autor: Enrique Freire Guevara



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