Tradición e Historia de los Años Viejos

Guayaquil recuerda sus tradiciones de antaño.

¿Qué debes saber?

Antaño: Los primeros años viejos “eran grotescos” y se rellenaban de paja, viruta, pólvora y cohetes. Eran similares a los que se comercializan en la actualidad.

Prendas: Los monigotes se confeccionaban con prendas de vestir y objetos de las familias que los elaboraban. Existe una gran variedad de tamaños.

Las tradiciones forman parte de la identidad de un pueblo. Con el pasar del tiempo, algunas se fortalecen mientras que otras permanecen intactas o experimentan mutaciones, como es el caso de los Años Viejos, que cada 31 de diciembre acostumbramos a incinerar para despedir al año que termina.

Según la historiadora y directora del Museo de Música Popular Julio Jaramillo, Jenny Estrada, “cuando el viejo se quemaba, se quemaban todos los males de un año y a través de las cenizas renacía la esperanza del naciente año (…) Eso se quedó en el alma del pueblo”.

Añade que la quema del “Año Viejo” es parte de una simbología que liga a los guayaquileños con el fuego; porque la ciudad, antaño construida en madera, caña guadúa y otros materiales perecederos se veía frecuentemente amenazada por las llamas; sin embargo, siempre renacía de sus cenizas, gracias al empeño de sus habitantes.

Esta costumbre la explicó el cronista vitalicio Dr. Modesto Chávez Franco en su obra “Crónicas del Guayaquil Antiguo” (II edición- Tomo I- pág. 358), donde hace referencia a la época colonial y a ciertas prácticas de “carácter inquisitorial”, impuesta por los religiosos españoles.

“Solían fabricar unos muñecos grotescos llenos de paja, viruta, pólvora y cohetes –tal como los actuales Años Viejos– y colgados de sogas que atravesaban las plazas en los días de festividades religiosas, que les prendía fuego por la noche; meneándoles la soga para hacerles dar piruetas ante el deleite de la chiquillería y las buenas gentes del pueblo”, puntualiza.

El libro “El Tiempo de la Yapa” de Jenny Estrada, recoge la investigación del folklorólogo, cronista e investigador guayaquileño Rodrigo Chávez Franco (hijo del Dr. Modesto), en una de sus reseñas periodísticas, al indicar que al finalizar 1842, Guayaquil se vio afectada por una gran epidemia de fiebre amarilla en la cual fallecieron muchos ciudadanos.

Los deudos para deshacerse de los dolorosos recuerdos y como parte de una medida sanitaria decidieron confeccionar atados de prendas de vestir y objetos de sus seres queridos, que luego fueron quemados. Todo esto se hizo el último día del año para ahuyentar la peste fatal y la desesperanza.

Con el trascurrir del tiempo, atado y monigote se volvieron uno solo. El pueblo repitió año a año este ceremonial y se añadieron a la costumbre, la comparsa y el testamento.

“Cuando el viejo se quemaba, se quemaban todos los males de un año y a través de las cenizas renacía la esperanza de un nuevo año (…) Eso se quedó en el alma del pueblo”.

Viejos, fiesta de niños

Máscaras: Los niños eran los encargados de comprar y elegir la careta. Siempre estaban acompañados de algún primo mayor.

Jenny Estrada resalta que la fiesta de los Años Viejos era de niños porque eran los menores quienes los confeccionaban. Los mayores hacían su testamento, aunque los más pequeños también escribían uno.

Dos días antes iniciaba la recolección de prendas de vestir entre los caballeros que tenían la estatura más baja para evitar más relleno y para que el Viejo no se dañe.

Con la compañía de algún primo mayor iban a comprar a la tienda la careta del viejo. En las carpinterías o aserríos, les obsequiaban la viruta o aserrín para rellenarlos, y los detonantes, donde el italiano Zunino.

Se unían las costuras de la camisa y del pantalón con una agujeta; las manos se dibujaban en cartón y se recortaban cuidadosamente para adherirlas a los puños.

Caridad para el viejo

Recolección: Los niños pedían “caridad” con tarros vacíos. Con el pasar de los años, sirvieron los retazos de tela.

Con tarros de talco vacíos y latas de leche Klim se elaboraban las alcancías para pedir caridad durante la mañana del 31 de diciembre. Las primeras monedas se las conseguía en casa. Se disfrazaba un niño con traje negro, para marchar gimiendo junto a su viejo. “Repetíamos la clásica muletilla: U-na-cari-dá-pa-ra-el-A-ño-Viejo”, añade la historiadora.

Cuando era la hora de almuerzo, el Viejo se quedaba en la puerta de la casa, con un cigarro en la boca y una botella de trago a su lado. La recolección se hacía más intensa por la tarde y se escribía el testamento infantil para leerlo junto al de los mayores.

“Ya al anochecer, agrupados en torno al monigote, procedíamos a repartirnos el dinero entre quienes lo habíamos armado, paseado y llorado con todo el gusto de la ocasión”, dice.

Cuando faltaban pocos minutos para las 00h00, se despojaba al Año Viejo de su sombrero, corbata y de los zapatos. Era arrastrado a la media calle y quemado en una pirueta estruendosa.

Todos se abrazaban y expresaban recíprocos augurios. La parranda del Año Nuevo iniciaba mientras los restos humeantes del Viejo volaban.

Las Viudas

Viudas: Los hombres se vestían de las viudas del año viejo, provocando risas entre los presentes.

Los niños dejaron de ser quienes acompañaron a los monigotes en las calles y fueron los hombres quienes personificaron a las viudas, vestidas de luto, provocando la risa y dándole un toque jocoso y pintoresco a la celebración.

Primer Concurso de Monigotes

Primer concurso: En la calle 9 de Octubre se ubicaban las escenografías donde reposaban los monigotes que eran fabricados por los artesanos participantes.

Temática: A raíz del primer evento, se elaboraron más años viejos con tinte político

Según Jenny Estrada, a partir de que diario El Universo organiza el primer concurso de Años Viejos, los muñecos se elaboraron de madera y papier-mâché (una técnica especial de engomado de papel periódico).

Junto a este concurso también se incluye el de Testamentos para premiar la inteligencia de los copleros y el ingenio de los que creaban los Años Viejos.

En la calle 9 de Octubre se ubicaban escenografías donde reposaban los monigotes. Desde ese momento entra el ámbito político, aunque siempre estuvo presente, indica la historiadora.

El primer personaje político fue Eloy Alfaro porque el Viejo tenía la barba y el bigote blanco; y un sombrero de paja toquilla con la cinta colorada. Tenía que ser de ese color por el Partido Liberal.

La segunda fue de José María Velasco Ibarra y la tercera, de Assad Bucaram.

Cuando la cantidad de Años Viejos rebasó el límite, se asignó al Malecón Simón Bolívar. El concurso se realizaba año a año hasta que una dictadura militar arremetió contra ellos porque los ciudadanos representaban la tiranía de los militares.

Por un corto período de tiempo, los Años Viejos estuvieron restringidos a la expresión popular. Los únicos que los elaboraban en grande eran los bomberos y los policías.




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