El Mentidro de los Viejos
Leyenda El Mentidro de los Viejos
Con este nombre se conocía hasta hace poco, a la esquina de las calles Ambato y Maldonado, frente al parque Palomino Flores.
En ese lugar fue demolida hace más de un siglo una casa que hubo pertenecido a doña Alegría Montalvo -hermana el Cosmopolita-. Tenía tal inmueble un amplio corredor y vereda albandonados durante el día, pero que en las noches daba cabida a los ancianos de la época, quienes se reunían a entretenerse en tertulias ante la luz de algún mechero familiar.
El apetito de aguardiente encendía la euforia de aquel grupo de conversadores. Cada quien contaba su cacho, anécdota, aventura o cualquier otro tema baladí, más imaginario que real.
Cansados de parlanterías o vencidos por el sueño, tomaban unos a sus hogares, otros quedaban hasta la medianoche o más, mientras quede el último sorbo de licor.
En una de estas reuniones alguien sacó como primicia de su molienda, olorosa cantidad que os entretuvo más de la cuenta. Hasta tanto en los hogares había espera y preocupación por el retomo. Al ver que no volvían salieron los familiares a buscarlos en el sitio conocido.
La preocupación aumentó al no encontrar a nadie ni hallar indicios de su paradero. Alarmados parientes y amigos dedicáronse a la búsqueda hasta el amanecer. Al clarear el día dieron con el primer personaje y luego con los demás por diversos lugares, aquejados de las mismas convulsiones que les hacía arrojar abundante espuma.
Las horas siguientes fueron de novedad para el pueblo y de ajetreos ara el cura que no alcanzaba a atender a los accidenta os con rezos y conjuros.
El agua bendita, las ceras, el incienso no bastaban para vencer los efectos malignos. Los curiosos luego de acercarse aleiábanse rubricando ostentosas peregrinaciones y santiguamentos.
Al caer la tarde, el toque de angeluz convocó a los rezadores que prefirieron concurrir a los domicilios de los accidentados y empezaron a cantar la letanía de los santos e invocaciones para espantar al maligno.
Al tenor de las melodías sagradas uno tras otro iban recuperando el conocimiento. Confusos, alelados no acababan de comprender lo que les acontecía.Paulatinamente al reconstruir los hechos recordaban que la oscuridad era tan densa cuando abandonaron el lugar de reunión, que nadie atinaba a dirigir sus pasos.
De pronto un fogonazo alumbró la plaza. La pila del pie del higuerón central arrojó chispas por los surtidores en círculos concéntricos que se perdían en la oscuridad. En ello apareció un descomunal encapuchado que luego dedanzar en los alrededores tendió sus manos de resplandor siniestro que fueron agrandándose cual si quisiera alcanzarlos.
Estremecidos de terror cada quien huyó por donde pudo hasta caer exánimes por diversos lugares. Cuando fueron encontrados por familiares y vecinos, estaban inconscientes y temblorosos. Arrojaban espuma y tenían los ojos desorbitados.
En respuesta a variedad de preguntas sólo se limitaban abalbucear: -¡El diaaablo...! ¡El Diaaablo...!
Desde aquellas escenas el mentidero de los viejos aumentó una página más de su repertorio. A propósito muchos conversadores agregaban nuevas fantasías y aún llegaron a asegurar haber sido protagonistas o testigos del acontecimiento.
Lo interesante fue que en lo sucesivo los adeptos a la esquina adelantaron su horario hasta cuando las calles fueron alumbradas, lo cual fue también motivo de comentarios al observar que sin haber quien se acerque a los postes, los focos se encendían por sí solos.
- Libro: Leyendas y Tradiciones de Baños
- Autor: Enrique Freire Guevara
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