Una Esperanza de compra
Permitían siempre una experiencia grata, ahora están en diversos lugares, se ubican y crecen como las urbes modernas, pero siempre entre la “casera” y el “comprador” existen una relación de fraternidad, definida sin nombres ni apellidos, máximo con un “Veci”.
La Esperanza de vender, está tanto como la de comprar, en un mercado que lleva esa expresión que mantienen a los seres humanos en pie, entre gradas adaptadas se despliega un gran abanico de productos nuevos y usados, unos llegan de los remates que logran comerciantes por lo general en Guayaquil o Manabí, otros evitaron que algunas cosas terminen en el botadero y esperan llegar a un nuevo hogar….
Las caseras ofrecen, regatean, envuelven lo vendido y buscan cumplir su jornada que permite llevar el dinero que se necesita a la casa, los compradores son exigentes y desconfiados, preguntan, proponen un valor y tratan de ahorrar y extender el presupuesto que se trae. Vienen a ver si trajeron el pedido de la semana pasada.
La herramientas, viejas y nuevas, conviven en un mismo sitio, martillos, palas, picos, los bailejos que venden los albañiles y vuelven a comprarlos después del “chuchaqui moral” pues sirvió para las últimas canelas, las palas para recoger la basura “esas dobles que duran” se ofrecen viejos reverberos sostienen sobre sus “hombros” ollas pesadas donde la abuela hacía la “mazamorra”….
Usted por acá encuentra vestidos nuevos para las niñas y muñecas que reposan sobre un costal pidiendo manos infantiles para volver a jugar, está la ropa de medio uso que, a la final, en un país donde no hay trabajo, sirve y ahorra los pocos dólares que se tiene.
El bronce tiene aquí su casa, entre campanas y espejos, decoraciones de elegantes viviendas que fueron superadas por la modernidad y “esas casas animalistas” dice uno de los compradores (quiso decir minimalista) todo brilla y llama la atención, implementos para la iglesia y el templo, tanto como para la vivienda de campo del coleccionista que llega siempre temprano y se retira con discreción.
Por aquí están aún los teléfonos de disco, esos que no pueden utilizar los centenialls que solo saben de temas digitales, sentado y con la paciencia de los años está el vendedor de trompos de guayacán el Maestro Manuel Cruz con canasto lleno y las piolas sobre su cuello, es su forma de vivir y mantener una de las tradiciones de #LaRiobambeñidad.
Una montaña de ruedas se dispone para poder arreglar carros y andadores, un triciclo espera a su conductor para devorar el asfalto y el radio Crony que utilizaba el abuelo para escuchar los partidos del Olmedo y de la Selección aún sobrevive.
Una hebilla de “apache” me recuerda esos juegos donde a ellos les perseguíamos los que teníamos los revólveres y éramos los “chullitas y vaqueros” sin caballos…. apenas sobre un palo de escoba ese carro marca Tonka que nunca tuve y que soportaba cualquier peso anda por allí estacionado y le cuida un perro de plástico que sonríe.
Un zoológico de barro tiene una comerciante que llega desde la Panamericana Sur a ofrecer su trabajo artesanal, sonríen todas las especies, los perros, chanchos, gallinas, patos y pavorreales, menos el perro bóxer que me mira serio y enojado….
Ropa para adultos y para muñecas como para que tenga idea de las tallas disponibles están en oferta siempre, María muestra la bisutería que utilizan los indígenas, entre aretes y collares que los trabaja y en la típica franela que es el muestrario adecuado, es su “catálogo”.
Por acá todo puede pasar, la imaginación de las niñas hace que unas pelotas de tenis sean auriculares de un teléfono imaginario y ellas son felices hablando sin inmutarse a todo el movimiento del mercado La Esperanza que está en el sector oriental y que cada miércoles y sábado toma vida, los otros días solo duerme entre fantasmas y gritos de quienes hacen del ese sitio su espacio de convivencia, permanente o momentánea.
¡Por acá vale todo! menos la tarjeta de crédito.
Fuente: Historias de la Riobambeñidad
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