Las Voladoras de Alausí
¿Qué debes saber?
A mediados del siglo XIX el pueblo de Alausí, estaba formado por unas pocas casas. El templo principal lo habían construido junto a la pequeña plaza que previamente y a fuerza de pico y pala fue terraplenado. Hacia uno de los costados del templo se había construido un cementerio destinado exclusivamente para sepultar en él a los sacerdotes y a las personas ilustres de la localidad.
En las afueras del pueblo existía otro cementerio, destinado a las personas humildes y menesterosas. Entre la plaza pública y este último cementerio se construyó una calle angosta, pero de una gran longitud que posteriormente se le conoció con el nombre de “Calle Larga”. Aquí los vecinos del lugar comenzaron a construir sus covachas, término con el que en esos años se denominaban a las construcciones de vivienda. Poco a poco los moradores en base a un gran esfuerzo económico y valiéndose de sus propias manos, fueron poblando paulatinamente esta estrecha calle. Alrededor de la plaza, también se habían construido viviendas. De esta manera la población fue extendiéndose a la vez que se construían calles transversales para ir dando fisonomía urbana.
Para el año de mil ochocientos setenta y hasta el ochenta, nuestro país vivía convulsionado por las continuas guerras civiles entre liberales y conservadores. El gobierno del Dr. Gabriel García Moreno, a pesar del enorme impulso que le dio a la obra pública, fue duramente cuestionado, más que todo por la forma tiránica de imponer su autoridad.
Eran tiempos donde la mayor parte de los pueblos vivían en aislamiento total. La única manera rápida, en ese entonces, para comunicarse, era a lomo de mula y máximo se disponía, en el mejor de los casos, de diligencias arreadas por caballos y que conectaban a Quito con las ciudades vecinas.
Nuestro pueblo, Alausí, como es de suponer, se hallaba total y completamente aislado, no disponía sino de pequeñísimos senderos pedregosos, mal conservados y difíciles de transitar.
De acuerdo a informaciones recogidas, dan cuenta que de Alausí a Riobamba, habían dos largas jornadas de viaje; a Cuenca cuatro días de fatigoso camino, y otros tantos a las Reales Bodegas de Yaguachi, por decir las más cercanas. Este aislamiento acentuaba el localismo, de suyo un determinante de la geografía. Se vivía lejos del mundo y las noticias; la existencia languidecía en la inacción y monotonía del estrecho medio provinciano.
La población sumida en una pobreza extrema, no disponía sino de pequeñas fuentes de trabajo, la agricultura, el obraje y la molienda, eran las únicas fuentes que permitían exiguos ingresos. A estos se sumaban la falta de escuelas suficientes que posibiliten una mediana cultura a los pobladores. Apenas se contaba con una escuela llamada de “primeras letras”, que se había fundado en el año de mil ochocientos veintitrés, es decir a los tres años que Alausí, se declarara independiente.
Pero, cosa curiosa, Alausí era el pueblo que más informado estaba de todas las cosas que sucedían en las principales ciudades de nuestro país. Sabían de los movimientos revolucionarios que habían emprendido los generales Urbina y Veintimilla, contra el gobierno del Dr. García Moreno. Sabían de las publicaciones que Juan Montalvo, realizaba para combatir al gobierno tirano. Sabían de la actitud que habían tomado los cuencanos con relación a estos acontecimientos; y, así por el estilo, nuestra población se hallaba debida y puntualmente informada. Recuérdese que ni buenos caminos existían, peor medios de comunicación ágiles o por lo menos la existencia de la radio, que en ese tiempo no había sido, siquiera descubierta.
Leyenda Las Voladoras
Cuenta la leyenda que en un sector de la "Calle Larga", en la actualidad llamada Simón Bolívar, en la intersección de lo que hoy es la calle Nueve de Octubre, y que por esos años estaba atravesada por una gran acequia que recogía las aguas de la vertiente de "Tu-Panchi", había una casa humilde habitada por una señora de nombre Fille Huaraca, siendo su verdadero nombre Felicinda, más los pobladores la conocían popularmente como doña Fille, de genio agradable y comportamiento normal y corriente. En ocasiones desaparecía del pueblo, sin mediar razón alguna. Luego de uno tres o cuatro días de ausencia, reaparecía toda ella llena de alegría y optimismo, bien vestida y dispuesta a entablar conversación con sus vecinos y más gente del pueblo. Es que conocía y quería hablar sobre los últimos acontecimientos sucedidos en las ciudades más importantes del Ecuador.
Las autoridades locales, Jefe Político, Presidente del Concejo, y más personas importantes, se quedaban sorprendidos, porque si en verdad existía ya el correo, las noticias como es natural suponer llegaban con mucho días de atraso. Lo raro del caso era, que efectivamente las cosas que contaban Doña Fille Huaraca, concordaban realmente con los hechos acontecidos en esas ciudades.
Intranquila la población, comenzó a hacer muchos comentarios, para descubrir cuál era la razón para que esta señora estuviera tan bien informada de los sucesos ocurridos en otros lugares de la nación. Los más intuitivos comenzaron a elucubrar que Doña Fille, debía disponer con toda seguridad de una escoba mágica que le permitiría trasladarse rápidamente a las distintas ciudades. Los jóvenes de ese entonces hicieron cuanto estuvo a su alcance para lograr descubrir el momento propicio que utilizaba este medio de transporte. Se valieron de todo, pero la señora logró evadir la curiosidad de los jóvenes.
Sus viajes continuaron y generalmente cuando reaparecía en el pueblo a más de las noticias que difundía, tenía la costumbre de vestir trajes que en esos tiempos constituían la moda en las ciudades de Quito y Guayaquil particularmente.
Pasaron los años y cuenta la leyenda que no pocas vecinas de doña Fille, no sólo aprendieron estas artes, sino que se constituyeron en buenas discípulas e incluso llegaron a superar en el arte de manejar con mucha destreza este peculiar medio de transporte, la escoba.
Se menciona a doña Trini Mancheno, como una de sus más aprovechadas alumnas a tal punto que no solamente se dedicó al arte de volar, sino que también se distinguió por sus profundos conocimientos de la medicina natural y mágica, así como por sus innatas habilidades de partera, constituyéndose en esa época en la persona más idónea para curar los dolores del cuerpo, del espíritu y en infaltable comadrona de los hogares alauseños. A partir de esos tiempos se conoce a este sector como la "calle de las voladoras".
Esta leyenda fue contada por don Ignacio García, a don Enrique Calvache, de quien hemos recibido la información, adaptándola con sucesos que corresponden a los tiempos descritos.
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