Una travesura feliz en las minas de azufre
¿Qué debes saber?
El Cantón Alausí, con una gran riqueza mineral, la naturaleza ha sido pródiga al dotar a su subsuelo de una variedad de yacimientos los cuales no han sido aprovechados de una manera técnica apropiada que ha derivado en su poco aprovechamiento y en otros casos han sido presa de la voracidad de los explotadores de turno.
Ya en el tiempo Preincaico y la Colonia, se da cuenta de la existencia de las minas de azufre, en el sector de Shucos, de la parroquia de Tixán. Durante la República y por los años de mil ochocientos ochenta, el estado autoriza la explotación de estas minas, cuyos derechos de explotación concede a la Municipalidad de este Cantón, para que con el producto que genere, sirva para el sostenimiento del colegio de niñas de esta localidad. En el año de mil novecientos veinticinco y durante este gobierno, se nacionalizaron las minas pasando a manos del gobierno. Esto provocó las airadas protestas de parte del Concejo Municipal, logrando por su empeño que nuevamente regresen a ser administradas por la Municipalidad que a su vez puso en arriendo a personas naturales mediante un remate público, debiendo ser adjudicadas al mejor postor.
Por datos consignados y verificados se desprende que desde mil ochocientos noventa y dos hasta mil novecientos veintisiete el arriendo anual de las minas no había subido de tres mil sucres. Con la llegada de los hermanos Garzozi, se logró que el canon de arrendamiento subiera ostensiblemente.
Desde luego también la producción se cuadruplicó. Muchas son las anécdotas que se han contado con relación a los hechos ocurridos en las labores de explotación.
Los hermanos Garzozi, con una visión más amplia de las formas para extraer este mineral, lograron implementar una infraestructura mucho mejor que de los anteriores arrendatarios. Desde luego, el volumen de material extraído obligaba a un nuevo ordenamiento donde el jefe de la mina, don Isaac Rodríguez, cumplía a cabalidad con su labor. Se habían logrado construir algunos túneles por donde en forma precaria se extraía en las espaldas de los obreros y con mucho esfuerzo el azufre.
Como era costumbre, habían trabajado, el primer turno en las primeras horas de la mañana. El administrador de la explotación don Miguel Garzozi llegó a aquella bocamina y observó que en los bordes superiores había algunas fisuras. Llamó a los trabajadores, para que ellos también se percataran de lo que ocurría, pues era uno de aquellos días de intenso trabajo. Se les insinuaba a que salgan de los túneles, pues aquellas abras constituían un serio peligro. Rodríguez, jefe de las minas, había manifestado que tales fisuras se veían ya desde hace algún tiempo y que no había cuidado por ello, por lo cual ordenó a los jornaleros que eran dos, a volver al trabajo. Estos se resistieron a cumplir con esta disposición, más los alentó con su propio ejemplo. En efecto entró con ellos para continuar la labor comenzada.
No había pasado mucho tiempo cuando se produce un sacudón en la zona minera y sin dar tiempo a quienes trabajaban en el fondo de uno de los túneles, se derrumbó la entrada y los trabajadores quedaron encerrados, incluyendo al jefe de minas.
Al ruido del derrumbo, acudió presuroso el administrador y quedó absorto ante desgracia tan enorme. Gritó, llamó, se desesperó, pero nadie respondía por lo que corrió a buscar auxilio. Tixán es la parroquia más cercana del lugar de explotación. Acudió allá, da aviso al Teniente Político; éste convoca a la gente y todos van al sitio del siniestro. Comienza la separación de la tierra derrumbada. Otros obreros que habían quedado en la mina llenos de sudor y cansancio y con la desesperación mostrada en su rostro se veían impotentes ante la tragedia. Tarea larga y dura. Ni con ayuda de los parroquianos se lograba descubrir la boca de la mina.
Llegó el principal miembro de la empresa, don Jorge Garzozi. Había estado en Alausí y recibió allá aviso de lo ocurrido. En el acto se puso en camino y al llegar se convence de la horrenda desgracia. Los trabajadores comenzaron a mover los escombros con incesante empeño, aunque en la desesperación lo hacían sin ninguna guía profesional. Había ansiedad infinita por salvar a los tres infortunados obreros.
Desde el primer momento don Jorge, opta por traer tubos de hierro, con fuerte impulso procura introducir dichos tubos por la espesa capa que cubre la entrada de la mina. Con mucha dificultad consigue que lo tubos penetren por el extremo que está afuera, llama a los otros de adentro..... Estos responden.... ¡Están vivos! - Gritan alborozados los que se habían concentrado en el lugar. ¡Piden por favor los salven!..... ¡Que no los dejen morir!..... Finalmente se intensifican los trabajos pero mientras más van retirando la tierra, nuevos derrumbos obstaculizan la entrada. La desesperación llegaba a los límites extremos; la gente extenuada por el trabajo iba poco a poco perdiendo la esperanza.
Así ocurre uno, dos, tres días: cada día que transcurría iba disminuyendo la voz de los que yacían sepultados en la profundidad de la mina.....Al fin callaron...... Ya no contestaban a pesar que se los llamaba con ansiedad. Se pensó lo peor, todos debían haber muerto, se insistía en las llamadas con el mismo negativo resultado.
Desesperados los trabajadores, al cuarto día abandonaron sus labores de rescate. Todo se vuelve tétrico, se consideraba a todos muertos. Los trabajadores se retiraron con amarga decepción en sus almas. Paso así el quinto día, y el sexto. Por mera curiosidad un muchacho de la zona pasaba por el lugar, al ver introducido un tubo en el interior de la bocatoma, comienza a llamar, más con ánimo de juego y travesura que con el deseo mismo de encontrar una respuesta. Pero al acercar su oreja al tubo; se asusta al oír una voz lánguida que contesta. Asustado por lo que escucha sale desesperado gritando.... ¡Están vivos!.... ¡Están vivos!.... Corre a dar aviso a los patrones. Estos llaman a la gente y acuden presurosos para confirmar si en verdad era cierto la versión del muchacho. La labor se reanuda, esfuerzos inauditos se ponen en juego. Se trata de vidas humanas y hay que poner todo empeño para salvarlas. Con mucho esfuerzo se logra abrir un boquerón. Adentro estaba fúnebre y oscuro. Logran agrandar la abertura y se introducen los primeros socorristas; encuentran a José Pañora. Lo extraen y tratan de auxiliarlo.
No habla, parece muerto. Vuelven por los demás: los buscan y los encuentran cadáveres. El jefe de minas y el otro trabajador habían muerto. Extraen sus cuerpos para darles sepultura.
Atendido debidamente, el único sobreviviente, reacciona, vuelve en sí y hace un relato de cómo puedo mantenerse con vida. Manifestó que una vez producida la avalancha estaban convencidos que sus compañeros no los dejarían morir. En la oscuridad e incomodidad comenzaron a conversar sobre las historias de sus vidas, para de esta manera hacer menos dolorosa la situación que estaban viviendo. Posteriormente se quedaban adormitados para luego seguir la rutina de la conversación. Hacían planes sobre el futuro de sus vidas si, Dios les permitía salvarse. Grande fue su alegría cuando introdujeron el tubo de hierro, único medio que les conectaba con el mundo exterior. Sus esperanzas de salvación crecieron y estaban seguros que su pronta salvación se acercaba. Habían perdido la noción del tiempo, no se percataron que había transcurrido tres días y que las fuerzas iban desminuyendo ostensiblemente. Los períodos dedicados a dormir habían aumentado, más por la debilidad que hacía presa de aquellos infortunados hombres. La sed los agobiaba y comenzaron a delirar; creían ver cascadas inmensas de agua, más al dirigirse a ese lugar no era otra cosa que montones de polvo de azufre. Pañora no había querido confesar que se había bebido su propia orina-historia contada a un entrañable amigo- por recelo a las burlas que posiblemente podían ser objeto. En realidad esta actitud fue la que realmente le salvó la vida. Pañora fue el que a través del tubo y que con el último aliento de su alma, contestó el mensaje de aquel niño que posiblemente enviado por Dios, acertó a pasar por el lugar de la tragedia.
Luego de recuperarse José Pañora, hombre humilde del sector y cuya familia dependía de su arriesgado trabajo, volvió a su habitual ocupación de minero.
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