Héroes ferroviarios del sacrificio de todos los días.
¿Qué debes saber?
Cuando se proyectó la construcción del ferrocarril siguiendo la ruta natural que forma el río Chanchán, jamás se pensó que con el paso de los años, este río se iba a constituir en el peor enemigo de su estabilidad. Desde luego sus constructores tenían conocimiento que durante los períodos invernales, éste crecía en su caudal lo que ocasionaba serias inundaciones y destrozos por los lugares donde atravesaba. Sin embargo de ello y bajo consideraciones de orden técnico, se siguió esta ruta. Muchos serían los dolores de cabeza que ocasionaría a los administradores de esta empresa, los constantes desbordamientos o los deslizamientos que sistemáticamente interrumpían el tráfico normal de los trenes y el consiguiente desabastecimiento de productos en las principales ciudades de la Costa, especialmente en Guayaquil, que obligaba a las autoridades del puerto a poner en práctica medidas extremas a fin de evitar la especulación.
Una de las tantas tragedias, posiblemente la más terrible de todas, sucedió en la madrugada del día sábado diez de Enero de mil novecientos treinta y uno. El relato que hemos logrado es producto de la tarea investigativa en los diarios: “El Telégrafo” y el “Universo”. También hemos obtenido información de la Revista “Nariz del Diablo”, de su número sesenta y cinco del mes de Febrero de mil novecientos treinta y uno. A esto tenemos que consignar el importante aporte de nuestro gran amigo, don Enrique Calvache, quien al tener conocimiento de esta infortunada tragedia y junto a sus amigos Alberto Fiallos y César Bayas, - diciendo la frase “al trote mar”,- emprendieron su viaje hacia el sector del siniestro, siguiendo la ruta del la línea férrea.
Antes de la tragedia y durante los días siete, ocho y nueve, se habían producido pequeños derrumbos, lo que obligó a concentrar grupos mínimos de trabajadores. El día nueve se produce un fuerte deslizamiento, sin ocasionar desgracias personales, pero sí, se bloquea una buena parte de la línea férrea.
Los trabajadores que se encontraban bajo la dirección del ing. Delfín Díaz, debían trabajar todo el tiempo. Ellos presentían que algo grave iba a pasar, el ambiente se tornaba tenso, pero la orden había que cumplir; pues debía pasar el Presidente y no era correcto que la línea esté interrumpida.
Durante la madrugada a pesar de la intensa y sostenida lluvia, la labor de los trabajadores era titánica; pues luchaban casi en la oscuridad para sacar la enorme cantidad de lodo que se había estancado sobre los rieles. El número de trabajadores iba en aumento hasta llegar a los ciento ochenta aproximadamente, todos ellos dispuestos a vencer la montaña.
Nuevo derrumbe que tapa a los trabajadores
Más o menos a las cinco de la mañana, cuando se iba a efectuar el relevo de los trabajadores que habían prestado su contingente en el curso de la noche y encontrándose todos ellos en el sitio Pazán, se provocó un segundo derrumbo de lodo y piedra; esta vez de gran magnitud y sin darles tiempo a ponerse a salvos, pues aseguraron que todos habían quedado bajo la avalancha de fango, árboles, raíces y piedras.
La muchedumbre que se había concentrado en el lugar, gritaba desesperada. Pocos cadáveres lograron ser desenterrados. Los familiares pugnaban por identificarlos; se pusieron a discutir y a atribuirse la propiedad del rescatado. En el mismo lugar y aprovechando que el río se había represado, procedían a lavarlos, con la esperanza de saber de quien se trataba. Tal había sido el impacto de la montaña que prácticamente se hacía difícil su identificación. Sin embargo los deudos se disputaban la pertenencia de los pocos cadáveres que se habían logrado recuperar.
La tragedia fue más espantosa aún
El periódico “El Telégrafo”, en su edición del día martes trece de enero de mil novecientos treinta y uno, manifiesta: “ Se considera imposible desenterrar a las víctimas del desastre ferroviario, que ahora se sabe pasan de doscientas” dice así mismo: “Según parece, aunque no está perfectamente verificado, la magnitud de la catástrofe, sobrepasa a las proyecciones que hasta ahora se ha difundido. Por los telegramas que se han enviado hasta esa fecha, se deduce que las víctimas podrían llegar a doscientos cuarenta”. Este cálculo se desprende del número de cuadrillas que trabajaban. Efectivamente trabajaban diecisiete cuadrillas, las cuales estaban formadas por doce o catorce trabajadores con sus respectivos sobrestantes.
Los cadáveres encontrados
Hasta cuatro días después de la tragedia, lograron rescatar apenas nueve cadáveres. Los cuerpos horriblemente mutilados y cosa rara; completamente desnudos, no pudieron ser identificados. Tal era la desesperación de los familiares en especial madres, hermanas y viudas que en su desesperación, comenzaron a disputarse la propiedad de los mismos. Solo pudo reconocerse a don Marcial Rodríguez, quien era tercer jefe de aquel desgraciado contingente de trabajadores pues desempeñaba las funciones de supervisor en la sección de Huigra a Palmira.
Su identificación la obtuvieron sus deudos, merced a una considerable cicatriz que presentaba en el abdomen, producida por una operación que había sido sometido no hace mucho tiempo. De otra manera hubiera sido imposible todo intento de descubrir la identidad de ese cadáver debido al avanzado estado de descomposición y a las mutilaciones que presentaba. Sus familiares le acondicionaron provisionalmente en un cajón de madera y lo llevaron a Alausí, para su posterior velatorio y sepelio.
De los ocho cadáveres restantes, tres fueron sepultados en el cementerio de Huigra y cinco en el de Chanchán.
Los dos sobrevivientes
Dos fueron los únicos sobrevivientes del fatal suceso, Clemente Bagua y N. Valladares. El primero fue atendido en el hospital de Huigra, gravemente herido y el segundo pidió que se lo trajera a Tixán, donde residía su familia. Bagua frisaba los veinte y ocho años de edad, era natural de San José de Chimbo, y estaba casado con Rosa Ortiz, había procreado tres hijos; tenía siete años de trabajo continuo al servicio de la companía de ferrocarriles y con su familia residía en el sitio de Pueblo Viejo, de la jurisdicción de Tixán. Este obrero pertenencia a la cuadrilla del capataz Paciente Brito, que fue uno de los desaparecidos.
Al pedirle que cuente cómo se salvó, manifestó, no recordar nada, ni la forma como fue encontrado, ni cuándo ni cómo llegó al hospital de Huigra. Solo dijo que advirtió algo como explosión y que al tratar de correr se vio envuelto en tierra y piedras que lo privó del conocimiento, Bagua, presentaba una herida en la frontal y contusiones graves en el resto del cuerpo. Su estado era de bastante cuidado por efecto del tremendo impacto psicológico aparte de los traumatismos en su cuerpo.
En lo que se refiere a Valladares, coincide en la apreciación de su compañero Bagua, argumentando que al producirse la explosión, posiblemente por efecto de la onda expansiva, fue arrojado por los aires, yendo a caer en unos matorrales, un tanto lejos del centro del alud. Desesperado y a obscuras, intento alejarse del siniestro, pero sus fuerzas se agotaron, llegando a perder el conocimiento y volver en sí en el hospital de Huigra. Sufría como es de suponer y como consecuencia del tremendo impacto de salir despedido por los aires, de muchos traumatismos que hicieron larga su recuperación.estras institución.
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