El dolor que no pudo unirnos

Una avalancha en Alausí - Palta una tragedia de gran mangnitud.

¿Qué debes saber?

En Alausí al medio día, como de costumbre las personas se aprestaban a volver a sus  domicilios con el propósito de servirse sus alimentos.  Mientras tanto hacia el Oriente, poco a poco se hacían presentes densas columnas de neblina.  El cielo sorpresivamente se obscureció y  se comenzó  a oír  truenos, relámpagos y rayos  que caía hacía los cerros y por todo lado.  Todo se obscureció de pronto a tal punto que parecía haber entrado inesperadamente la noche. De un momento a otro y siendo aproximadamente las dos de la tarde, se desata sobre la ciudad una furiosa tempestad.  No era gotas, sino chorros de agua que se desprendían de las nubes.  Las personas en su mayoría creyeron que este fenómeno pronto calmaría, pero que tan lejos estaban de su deseo.

Desde lo alto de los cerros Gampala y Pillitunshi, como que se hubiera abierto las montañas, bajaban torrentes  incontenibles no de agua, sino de lodo, piedras, palos, animales domésticos. Todo cuanto encontraba a su paso el agua incontrolable, iba sumando lo que se ponía al frente y destruyendo en forma inmisericorde.  Lamentablemente fue el cementerio viejo y luego el nuevo, quienes sufrieron el primer impacto destructivo.  Ni la tranquila morada de quienes ahí descansan, merecieron misericordia.  Cantidad de ataúdes, la mayoría solo con sus últimos huesos, habían sido arrancados de su sepultura; cráneos y huesos se sumaban a la correntada.  Una tremenda piedra de gran tonelaje había sido arrastrada cerca de la entrada principal  como testigo de lo que era la furia de la naturaleza. Otras tumbas lograron salir ilesas, aunque no del todo. Sufrieron tantos daños que obligaron a sus dueños gastar buena cantidad de dinero  en sus respectivas reconstrucciones.             

Otra avalancha se desprendía por el sector del cerro Gampala. Llegando al lugar conocido Alausí-Pata.  Las casitas ubicadas en esos sectores, incluso los del barrio Panamericana, fueron los más afectados.  El terreno donde actualmente funciona la Escuela Fiscal “ Inés Jiménez”, quedó prácticamente rellenado con la gran cantidad de  lodo y piedras de todo tamaño que venía arrastrando el aluvión.  Desde luego en ese año no se había construido todavía la  escuela.

Por la quebrada  de Aipán, en el sector del Tingo, las cosas no podían ser peores.  Fue indudablemente esta quebrada la mejor aliada para  que el sector norte de la población no haya sufrido mayor daño. Tal fue la cantidad de material aluvional que descendió por ese sector que prácticamente desapareció una  hondonada que existía en este lugar. Esto hizo que la correntada tenga que pasar por encima del puente carrozable construido en el sector conocido como Control Norte e impetuosamente siga su curso, yendo a estrellarse contra la estructura y bases del famoso “Puente Negro” que estoicamente aguantó la arremetida, comprobando la calidad de trabajo con que se hacían antiguamente las cosas. Desde luego lo ocurrido en este lugar a más de interrumpir el tráfico con la parte Norte de la provincia, destruyó un reservorio de agua municipal que servía a este barrio, así como destruyó totalmente las casas que quedaban en entrada del barrio Búa. Unas aguas siguieron su curso por la quebrada; otras, en cambio, enfilaron por el carretero que conducía a este barrio, provocando el desconcierto, por los graves daños que iba ocasionando en su recorrido.

Otra correntada de agua había tomado en dirección al sector de Pacalud, donde existe una pequeña quebrada que se convirtió también en protectora natural, logrando en algo disminuir la fuerza destructora. En este sector estaban ubicados tanques  de agua que servían al Hospital Civil. Ya nos podemos imaginar el terrible mal que estaba ocasionando, al no  poder contar con este importante servicio.

En esa misma casa asistencial, en virtud de la cercanía por donde descendía el agua, se produjo momentos de intensa intranquilidad y desesperación ante el inminente peligro. La misión inmediata era tratar de poner a salvo a quienes se hallaban hospitalizados. Fue necesario el concurso de personas caritativas, moradores del barrio, así como de familiares de los enfermos que presurosos habían concurrido a este lugar para rescatar a los pacientes y ponerlos a buen recaudo.

Como hemos dicho, desde lo alto del cerro Pillitunshi, indudablemente fue por donde con mayor fuerza y volumen convergían las aguas hacía la zona Sur del pueblo.  El cementerio ubicado justamente al pie, había sido su primera víctima.  El torrente, en su enloquecido recorrido, tomó dirección hacia las calles Bolívar (Calle Larga), y la Villalva y luego de pocos minutos vendrían  a convertirse en verdaderos ríos correntosos por donde y por inercia seguían buscando desfogar su ira y destrucción, y  vaya que lo consiguieron. En estas dos calles, bastante inclinadas en este sector, en vez de ir desminuyendo  su velocidad, las aguas lodosas iban en aumento. Piedras, palos, objetos de  toda clase, eran arrastrados La mayor parte de las personas trataban desesperadamente de cerrar sus puertas, para  evitar que el lodo invada sus propiedades.  Unos  lograron este propósito, otros no, tal era la furia del aluvión; que rompiendo las puertas, ingresaba inundando la parte baja de las viviendas. La furia y destrucción  del aluvión en la calle Villalva, desde la carretera Panamericana hasta la Esteban de Orozco, quedó abierto un cauce profundo de aproximadamente  dos metros. Mientras este brazo de agua continuaba su recorrido por la calle Villalva, hasta la intersección de la Pedro de Loza, desviándose hacia la plaza del mercado. Algunos se salvaron al subir a la planta alta, mientras  otros como el caso de una señora de apellido Avilés, propietaria  de una tienda de abarrotes, ubicada frente a la plaza del mercado,  el agua ingresó a su tienda, siendo violentamente sacada de su interior y arrastrada, pudiendo ser rescatada en la Avenida Cinco de Junio por personas caritativas.

La fuerza y violencia de la correntada,   fue  tal que otra parte siguió por la calle Esteban de Orozco, enfilando luego hacia la García Moreno y Avenida Cinco de Junio, inundando todo el sector del barrio Bajanag

Se creyó erróneamente que el poder de este aluvión disminuiría al llegar a las calles García Moreno y Avenida Cinco de Junio, que por su configuración plana, obligaría a disminuir su poder destructor.  Lamentablemente fue una falsa percepción. Este es un lugar donde se ubica una buena parte del sector comercial y urbanista. El espectáculo que vieron los moradores de este barrio fue en verdad aterrador. Por su ubicación, se percataron de la magnitud de la tragedia, logrando una buena parte de ellos salir apresuradamente  de sus domicilios y dirigirse a un sitio que les proporcione seguridad. Escogieron la Loma de Lluglli, convirtiéndose así en los testigos de todo cuanto ocurría  en la población. De haber seguido lloviendo por  unos diez minutos más, con toda seguridad hubieran sido los únicos que habrían contado lo que sucedió en Alausí.

Mercaderías de los establecimientos comerciales, utensilios, muebles y enormes piedras arrastradas en su violento ímpetu, eran las escenas que más se repetían, ante la impotencia de no poder prestar ningún auxilio.  En este  sector sucedieron hechos increíbles, pues mientras muchas familias trataban afanosamente de protegerse   y evitar que el aluvión entre por las puertas de calle; las aguas inexplicablemente penetraban por la parte posterior. Ya nos podemos imaginar el poder destructivo y la fuerza de este fenómeno que había logrado derribar  tapiales divisorios de  las  casas.  Concretamente, una de las tiendas de abarrotes que  más sufriera, fue  la de don Bolívar Guerra. En este lugar, calles García Moreno y Pedro de Loza,  se habían organizado un buen número de jóvenes, deseosos de ayudar a rescatar a las personas que habían quedado dentro de sus viviendas.  Existía el temor que pudieran ser derribadas por la furia de las aguas. Procedieron a tender un cabestro, el mismo que fue amarrado a pilares que existían en esta esquina.  Los más arriesgados y audaces  lo utilizaron, poniéndose luego a buen recaudo. Otros prefirieron seguir protegidos en la planta alta de sus casas. Esta cuerda también sirvió para recuperar algunas pertenencias  que venían arrastradas por la corriente.

Tal había sido la fuerza de estas aguas, que luego se dirigió hacia la estación del ferrocarril, siendo este barrio totalmente inundado.  Los kioscos de venta  de comida preparada, ubicados en el fondo de la Plazoleta Guayaquil, fueron arrastrados fácilmente  y cual barcazas quedaron cerca a la línea del ferrocarril.

Otra de las calles que verdaderamente se convirtieron en ríos de lodo fue la Bolívar, por donde la furia del aluvión iba haciendo daño a  todo lo que encontraba a su paso. Prácticamente no hubo casa que se salvara de su furia  y el ímpetu de su recorrido hizo que sus aguas llegaron hasta la calle Chile.

Quienes fueron testigos de tan angustiosas  escenas, no alcanzaban a comprender, peor a vaticinar el desenlace final de esta tragedia.

Felizmente,  de un momento a otro había dejado de llover; sin embargo  seguía descendiendo el agua por los cerros aunque en menor proporción.  Todos volvían sus ojos hacia lo alto de las montañas, rogando termine este suplicio.  Lo que se percibía, eran enormes grietas con canales profundos, dejados por las aguas en su recorrido.

Los habitantes del sector Norte de la ciudad, no habían sido afectados, sus calles habían quedado “limpiecitas” al decir de sus pobladores.  Ellos conjuntamente con el padre Marcio Célleri, párroco de este lugar, en medio de la confusión reinante, se hizo presente en la Plaza González Suárez   (mercado actual) portando las imágenes de la Virgen  Dolorosa y el Corazón de Jesús.  Este acto  de un pueblo profundamente creyente y cristiano, parece que influyó poderosamente en el ánimo de los afectados  Poco a poco se iba recobrando la tranquilidad, pues los  presentes daban gracias a las venerables y milagrosas imágenes por haberles salvado la vida.

Alausí, por su ubicación geográfica ,rodeada de cerros se torna vulnerable a tragedias de este tipo, de ahí que, a pesar de haber transcurrido muchos años de este suceso y haber vivido protegidos de la Divina Providencia, bien vale la idea de establecer un entorno de protección natural,  sembrar muchos arbolitos nativos, que a más de embellecer el paisaje, van a dar una mediana seguridad para sus habitantes.              




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