Fiestas de toros en Alausí

La fiestas populares de toros en Alausí en honor al patrono de San Pedro.

¿Qué debes saber?

Todos los pueblos que se fundaron a lo largo del callejón interandino, tienen un denominador común, la conmemoración de sus fiestas patronales, en las que no pueden faltar las tardes de toros. Es una costumbre traída del viejo continente a raíz de la llegada de los conquistadores desde España. Fue Hernán Cortés, quien introdujera esta costumbre en lo que hoy constituye México, pues no existía esta fiesta en América.

Con el devenir de los años, poco a poco, el festejo taurino se fue arraigando en la idiosincrasia indo americana a tal punto que no fue sólo entretenimiento exclusivo de los españoles, sino que los aborígenes también le fueron dando el toque especial de su cultura. No se diga cuando al pasar de los años apareciera un buen número de mestizos, que llegarían a constituir el sector mayoritario de esta nueva sociedad. Fue justamente este nuevo extracto social, quien le dio a la fiesta el sello de su propia personalidad.

La mejor forma de entretenimiento de los españoles en su tierra natal, era la organización de corridas de toros de pueblo o capeas;  aparte de la riña de gallos y el juego de naipe. Todas estas costumbres las trasladaron a las tierras conquistadas. Los nativos americanos y la gran mayoría de mestizos fueron aprendiendo esta forma de diversión, que sumado al consumo de toda clase de bebidas que hicieron de estos festejos, la mejor manera de evadir la triste realidad en la que vivían.

Apropiados de grandes extensiones de tierras, los españoles al comienzo y posteriormente los criollos, hicieron de estos lugares, los sitios predilectos para la crianza de ganado bravo que servirían para la organización de estos festejos.

Pero no sólo los españoles civiles se encargaron de inducir a esta práctica popular. La iglesia a través de sus representantes, los sacerdotes, dieron a estas festividades una identidad espiritual. Debemos recordar que los españoles al ir fundando las ciudades y pueblos iban acompañados obligatoriamente de un escribano para que levante el acta de fundación, documento único e incuestionable para la legalización de este acto. El otro personaje era el sacerdote, quien en nombre del “Hacedor de todas estas tierras”, llegaba con el sagrado deber de evangelizar a estos pueblos idólatras y enseñar la doctrina que debía extenderse por todo el mundo: la Católica. No olvidemos que los nombres de los pueblos, provenían del santoral, que coincidía con la fecha de la fundación o de la devoción particular del fundador. Así se hace más fácil comprender por qué el nombre  de San Pedro, es uno de los que más se repite como patrono de las ciudades de Riobamba, Cayambe, Guano y por supuesto de Alausí. Así se logró sacralizar estos festejos, con extensos programas en los que no podían faltar las consabidas tardes de toros populares, con la participación de todas las clases sociales. Es decir, desde sus inicios fue en verdad una fiesta popular, donde las diferencias raciales, culturales y económicas pasaban a segundo plano.

El lugar escogido para estas celebraciones, siempre fue la plaza pública, que por lo regular estaba construida junto o al frente del templo principal.

Compaginar la alegría del pueblo con la práctica religiosa, es el referente que siempre anda buscando el ser humano: disfrutar de los placeres terrenales, sin olvidar de la presencia de Dios, a través de sus discípulos y que hoy constituyen los santos más nombrados de la liturgia cristiana. Si observamos con detenimiento podemos comprobar que aparte de Pedro, los santos que más han sido adoptados como patronos son: Santiago, muy popular inclusive en países como Chile, Colombia, Cuba, etc. Otros no menos populares como: Juan, Pablo, Felipe, Judas, Luis, Francisco, sin olvidar también que en muchos pueblos y ciudades se han adoptado el nombre de la Virgen María y sus distintas advocaciones como Carmen, Rosario, Fátima, etc.

Esta forma de bautizar a las distintas ciudades, lo que hizo no es sino confirmar la profunda religiosidad que imprimieron los colonizadores, a quienes les fuera confiada la gestión evangelizadora.

Durante la vida colonial se fueron aceptando estas prácticas. La fiesta fue echando raíces en las distintas generaciones, constituyéndose en el hecho más relevante y esperado por el efecto que su práctica producía. El mismo hecho de vivir en una época de coloniaje donde las clases sociales estaban bien definidas y los roles que cada uno de ellos cumplían, no permitían una relación sincera y espontánea; hacía que esta celebración rompa con todos estos convencionalismos, produciendo una explosión simultánea de sentimientos encontrados.

Durante la época republicana, se siguió con esta práctica. La mayor parte de sus actores lo constituyeron unos pocos blancos, con un predominio de mestizos e indios. Las más grandes haciendas habían pasado a los criollos participantes en las luchas libertarias y otra buena parte  de los latifundios había quedado en manos de la iglesia, de esta manera se consolidó la propiedad de la tierra en pocas manos. 

Luego advino un período cíclico de guerras internas entre liberales y conservadores quienes pugnaban por hacerse del control del Estado. Paradójicamente fueron los militantes liberales, supuestos defensores de los que menos tenían, quienes accedieron al control de una buena parte de estas tierras, como recompensa a su participación en estas luchas internas.

Se hace necesario este breve recuerdo por cuanto uno de los terratenientes que más usufructuó de este período de inestabilidad política fue don Julio Teodoro Salem Gallegos, que a la postre se constituyó en el más grande tenedor de tierras en la parte oriental del Cantón.  El lado occidental, estaba en manos del General, Víctor Fiallo Pontón.

Aunque con menor influencia; pero con parecido protagonismo sobre todo en lo que tiene que ver el desarrollo de las fiestas populares, aparece don Nelson Velasco Aguirre, dueño de grandes extensiones que colindaban con la región amazónica y poseedor de hatos ganaderos que se constituyeron en uno de los más prestigiosos de esa época.

Alausí, en los inicios del siglo XX, había adquirido una gran importancia con  la llegada del ferrocarril trasandino (septiembre ocho de mil novecientos dos). Apenas contaba con pocas calles, como la Calle Larga (Bolívar) que era la principal y por ser centro de las principales operaciones comerciales y sociales. 

Otra de las calles era la Sucre, que bajaba hasta conectar a la incipiente estación de ferrocarril, que se había ya construido. La plaza pública, levantada al frente del templo Matriz,  servía como centro de reunión y de paseo de los pobladores. En esta plaza semanalmente se tenía la costumbre de organizar pruebas de equitación donde los jinetes y los caballos ataviados con sus mejores galas, brindaban exhibiciones de hipismo, digno de las mejores ciudades de la patria. Se la ocupaba también en la organización de los juegos diarios de pelota de tabla, de hilo, y de mano. Fue el lugar obligado de afluencia de señoras para proveerse de agua, pues se había construido una pila en el centro, decorada con diagramas de tres gansos, por cuyos picos salía el agua para que la población pueda abastecerse.

Hacia el año de mil novecientos siete, algunos moradores solicitaron la respectiva autorización al Municipio, para que les permitan la construcción de sus casas sobre el borde Oriental y Norte de esta plaza, con la finalidad de mejorar  “el ornato de la ciudad”. A las claras se podía apreciar que este sitio de la plaza no reunía las mejores condiciones para su utilización.

Pasaron los años y poco a poco se fueron construyendo los malecones con rústicas escalinatas hacía las tres esquinas.

A partir de esta transformación la plaza vino a construirse en el lugar preferido,  para en ella organizar las fiestas populares de los toros.

Generalmente eran los terratenientes; los que poseían grandes  extensiones de páramo, donde pastaban hatos de ganados, que por su aislamiento se tornaban “salvajes”, adquiriendo condiciones de bravura que lo convertían en el animal ideal para el éxito de la fiesta.

Uno de los ganaderos que más influencia tuvo en toda la comarca alauseña fue don Julio Teodoro Salem, dueño de un sinnúmero de haciendas, propietario del más grande páramo del Sur de Chimborazo. Su propiedad “Pachamama”  (madre tierra)  abarcaba inmensas extensiones de tierra de las parroquias Palmira, Tixán, Alausí, Guasuntos y Achupallas; sus límites naturales eran las cordilleras Central y Oriental de los Andes. En estos pajonales, pastaban miles de reses, que previamente escogidas, iban a ser el centro de atracción en los pueblos antes nombrados.

Tenemos los relatos de don Manuel Salgado Enderica (+), uno de los mejores exponentes de este difícil arte del toreo, de don Enrique Calvache Cantuña y don Manuel Octavio Galárraga, todos ellos músicos municipales, que tuvieron la oportunidad de ser testigos de muchos de estos acontecimientos, en especial de todo lo que concierne a la organización de la fiesta misma.




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