De un nuevo desastre y dolor ferroviario
¿Qué debes saber?
El ferrocarril del Sur, así se conoce a la monumental obra que lograra culminar el presidente Alfaro. Durante la época invernal, tuvo que soportar las crecientes del río Chanchán, que crecía en su caudal, ocasionando daños por los constantes deslizamientos de tierra o por efecto de la correntada que hacía desaparecer la vía férrea.
En el año de mil novecientos treinta y seis, en el mes de febrero, en plena época invernal se habían producido torrenciales aguaceros en el sector montañoso causando destrozos y derrumbes a lo largo de la línea férrea, lo que provocó la suspensión del tránsito normal de los trenes.
Desde el kilómetro ciento dos hasta el ciento cinco, dos derrumbes con lodo, palos, árboles y destrucción del puente de Chilicay, hicieron más difícil la tarea de reparación.
Por la magnitud de lo ocurrido se movilizaron cuadrillas de trabajadores, llegando a los seiscientos hombres, como también un pala mecánica que trabajó sin cesar todos los días hábiles, siendo imposible continuar durante la noche por los torrenciales aguaceros que persistían.
La compañía de ferrocarriles estaba dispuesta a realizar todos los esfuerzos para dejar en el menor tiempo posible expedita la vía.
Todo el día continuaba lloviendo en las alturas, era como si la naturaleza quisiera pulverizar los grandes cerros que rodeaban a la vía; seguían sucediéndose los derrumbes y se temía que en cualquier momento desaparezca Huigra, aplastada por miles de toneladas de tierra o por los salvajes tumbos del Chanchán, que momento a momento iban creciendo.
Por efecto del fuerte aguacero de la noche del diecinueve de febrero, bajó un formidable alud del Chiguancay, uno de los tributarios del Chanchán, que normalmente y durante el verano, casi es imperceptible por su pequeño caudal de agua y que nunca había ocasionado daños. Esta torrencial lluvia, hizo que intempestivamente se convierta en una seria amenaza por la cantidad de material arrastrado, provocando que el Chanchán tome otro rumbo, dirigiéndose contra la estructura de la vía, lo que ocasionó su interrupción.
El presidente de la compañía, se instaló en el campamento del ingeniero en jefe, pues era necesario primeramente cambiar de cause al Chanchán, para construir el nuevo lecho para la vía. La imposibilidad de tráfico de pasajeros, obligó a transbordar, solución peligrosa pues se comenzó a trabajar con dinamita, poniendo en serio riesgo el paso de las personas que por las circunstancias se veían obligadas a seguir utilizando este medio de transporte.
La situación del deslave no permitía ni siquiera hacer una variante, pues por un lado el correntoso río no daba ningún oportunidad y por el otro una enorme roca hacía infructuoso el esfuerzo. La medida más aconsejada fue suspender durante cinco días todo tipo de trasbordo de carga y pasajeros, desde luego con las consecuencias de desabastecimiento que podía provocar esta decisión.
Las festividades de Carnaval, imposibilitaron conseguir más gente para el trabajo, muchos de los peones abandonaron sus labores para regresar a sus pueblos y comunidades a gozar de la alegría de esta festividad. Los trabajos continuaron a tal punto que gracias a la utilización de la dinamita, técnicamente disparada, se logró que la línea quedara abierta al tráfico en la mañana del veintiocho de febrero.
Antes de la catástrofe
El primer tren que corría era con productos agrícolas para la Costa; se tornaba peligroso hacer pasar una máquina al pie del deslave por temor que el cemento no se encuentre todavía bien fraguado; sin embargo se ordenó que baje de Huigra un tren con once carros cargados, los mismos que debían pasar de retro por el deslave.
Con la finalidad de asegurar al paso de este convoy, se dispuso que desde Bucay saliera la máquina número diez, para que ayude al paso del tren que transportaban los once carros cargados. Efectivamente, muy de mañana salió el tren y avanzó sin ningún contratiempo hasta el kilómetro ciento seis, cuyo sitio había sido ya habilitado pero esa maniobra requería de suma precaución. Hasta ese momento se tenía el presentimiento de un lamentable accidente.
El momento de la catástrofe
Sería las diez de la mañana de aquel referido día viernes, cuando la máquina número diez salió del sitio indicado conduciendo el convoy. Según personas que se encontraban en el lugar del deslave, donde la máquina del desastre recibió los carros que venían del Norte, parece que desde el momento de salir del kilómetro ciento cinco, partió desviada, pues esto pudo notarse por la gran velocidad con que descendía la empinada gradiente que existe en ese sector.
La tripulación del tren se componía del siguiente personal extra: maquinista Manuel Simbaña; conductor, Pedro Obregón; fogonero, Reinaldo Razo; y tres brequeros. En la máquina viajaban con destino a su terminal Bucay, el maquinista Vidal y el fogonero Enrique Jhonson, quienes habían estado trabajando con la compresora en el momento del deslave.
El maquinista y los brequeros comenzaron a trabajar afanosamente tratando de disminuir su velocidad y en lo posible parar el convoy. Todo fue inútil, pues al frenar la máquina, está se emplatinó y rodó por los rieles, pero más obedeciendo al empuje de los carros de carga. Al llegar a una curva, tan frecuentes en todo este sector, se produjo el volcamiento de la máquina que fue finalmente a estrellarse contra las rocas. Los carros igualmente saltaron de las paralelas y se precipitaron unos sobre otros al abismo; otros quedaron volcados cerca de la enrrieladura. Y cual si fuera un capricho del destino, uno de los carros quedó en el cerro en posición vertical, en tanto que otros dos se le unieron en posición horizontal formando una cruz.
Numerosas víctimas
Como es de suponer al momento de ocurrir la catástrofe, los que viajaban en el tren, ya en calidad de pasajeros, ya como operadores del convoy, fueron lanzados con violencia fuera de los carros unos, en tanto que otros quedaron dentro de los escombros. Previamente cuando se dieron cuenta que la máquina no obedecía a la presión de aire, en afán desesperado por sostener el convoy, Razo se deslizó hasta el último carro para trabajar en el freno mecánico, mientras Loza y Jhonson se habían quedado ajustando el freno del primer carro. Uno de los que salió despedido por los aires fue Enrique Jhonson, quien cayó en el río; salvándose milagrosamente al caer en el agua y, por haber podido agarrarse de una rama que lo libró de ser arrastrado por la fuerte correntada. A Simbaña lo encontraron muerto en la caseta del maquinista con las manos sobre la palanca de freno, mientras un chorro de agua aún hirviente dañaba su rostro.
El cuadro de angustioso dolor que se presentaba en el sitio de la catástrofe, era de lo más conmovedor. Por los lados yacían tendidas las víctimas, sin dar señales de vida. Unos mutilados los brazos, otros las piernas, algunos quemados por el vapor de la máquina. En fin, era una auténtica escena de horror.
Acuden en auxilio de las víctimas
Numerosos empleados del ferrocarril que aún permanecían en el sitio del deslave y que había sido ya reparado; al escuchar el estrepitoso ruido que se produjo al ocurrir la catástrofe, acudieron presurosos a socorrer las víctimas que desde el primer momento se supuso serían numerosas.
A más de los indicados en párrafos anteriores, se logró rescatar a Gumersindo Bastidas, trabajador, quien presentaba fractura de la pierna izquierda y una extensa herida en la cabeza y shock traumático, era natural de Colombia, falleció posteriormente en el hospital de Huigra. Vidal Loza, frisaba los 26 años, tenía el cargo de maquinista de reemplazo, falleció también en el mismo hospital a consecuencia de una hemorragia interna y grave herida en la pleura; Humberto Avecillas, barrenero, falleció por las graves quemaduras por el agua hirviente que recibió en el cuerpo, especialmente su rostro. Juan Solórzano y Alejandro León, fallecieron víctimas de mortales heridas en sus miembros inferiores y fracturas en el cráneo.
Entre los heridos se mencionaba a Gregorio Orozco, trabajador, con quemaduras en una buena parte de su cuerpo, se recuperó en el hospital de Huigra. Reinaldo Razzo, fogonero, presentaba una herida en la cara y múltiples heridas en todo el cuerpo, su estado era delicado, siendo asistido en Bucay, lugar de su residencia habitual. Enrique Jhonson, presentaba quemaduras en su espalda y manos, luxación de la muñeca izquierda, le asistieron en el hospital de Huigra. Manuel Cabezas, el estado de este obrero era de suma gravedad, presumiéndose que fallecería de un momento a otro, pues tenía una fractura en la columna vertebral y una herida abierta en el brazo derecho.
Los comerciantes Manuel Pesántez Serrano, Alberto Muñoz y Alberto Fiallo, quedaron levemente lesionados y fueron asistidos en la ciudad de Guayaquil. Los brequeros Eloy Chérrez, Eloy Yánez y N. Mayorga, presentaban lesiones de poca consideración. El conductor del tren Pedro Obregón, resultó con golpes en el cuerpo, se recuperó posteriormente en Bucay
Es decir la tragedia del kilómetro ciento cinco dejó como resultado seis muertos, cuatro heridos graves, siete heridos y contusos de poca significación. A los cadáveres se les dio cristiana sepultura en Huigra, a excepción de Simbaña, que recibió sepultura en Bucay y Avecillas que fue velado y sepultado en Alausí
El Comisario Nacional de Alausí, Tnte. Luis Reinaldo Rodríguez, inició el sumario del caso con la finalidad de deslindar responsabilidades y determinar quién fue el que ordenó que la máquina número diez, que era de poca resistencia para arrastrar un convoy tan pesado, se pusiera en movimiento y no se haya tomado las debidas providencias para de esta manera evitar la desgracia que efectivamente ocurrió.
Esta autoridad manifestó, que estaba dispuesto a poner en conocimiento del Supremo Gobierno, para dar con la persona que había impartido dicha orden; y una vez identificado el funcionario, se haga acreedor a las sanciones de rigor.
Desde el día siguiente del percance, cuadrillas de la empresa estuvieron dedicadas a la labor de sacar las piezas más útiles de la máquina y más carros destruidos. Otros jornaleros se dedicaban a extraer los víveres que aún podían servir para el consumo. Lo inservible arrojaban al abismo para dejar expedita la vía. La máquina número diez, no pudo se extraída del lugar en un primer instante y tan solo se la dejó pegada a la roca en el mismo sitio de la catástrofe.
Luego de ocurrido el percance, Mr Francis J. White, principal de la empresa, visitó el sitio de la tragedia impartiendo las disposiciones más aconsejables. Como nadie sabía con precisión qué carga conducía el convoy, averiguaron y para sorpresa, justo en uno de los cuatro carros que no sufrieron ninguna avería, observaron que transportaba una gran carga de dinamita, que era conducida para la estación de Bucay. Ya nos podemos imaginar si dicho vagón hubiese sido uno de los volcados.
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