La cueva de San Francisco
Leyenda La Cueva de San Francisco
El ancestral temor a lo desconocido ha llevado a imaginar fantasmas al fondo de abismos y de antros peligrosos.
Baños, asentado al pie del Tungurahua sobre una geología de vacíos lavíticos ha inquietado a sus habitantes con el misterio de oquedades profundas como las de Sigsihuayco, San Francisco, Capairón.
A propósito de la gruta de San Francisco, hoy convertida en adoratorio, son numerosas las versiones de los antiguos respectoa impresiones terroríficas como la acontecida hace poco a un vecino de Illuchi.
Engañado por la luna y creyendo llegada la mañana el labriego encaminose con sus bueyes a trabajar en un trapiche de la población. En lento caminar por entre luces y sombras atravesó el puente y llegó a la cueva.
De súbito los bueyes soplaron fuertemente retrocediendo espantados. El estremecimiento conturbó el ánimo del personaje y lleno de terror quiso gritar pero tenía la lengua atada.
Tras momentos de tensión los animales continúan, marcha, pero al filo de la cueva soplaron nuevamente atravesándola a grandes saltos. El hombre temblaba sin poder
dar un solo paso adelante ni retroceder. Algo terrorífico le impedía. Desfilaron por su mente los santos y vírgenes de su devoción sin resultado alguno.
El estremecimiento erizaba los cabellos, hacía temblar los miembros en medio de sudor abundante. En el momento se acordó de un escapulario que llevaba al cuello y del "tono de las vacas" (oración bíblica) contra el maligno.
A medida que recitaba mentalmente la oración iba serenándose hasta recuperar el ánimo. Respiró profundamente y cual si una fuerza superior le llenase de valentía penetró de sopetón a la boca de la cueva.
En el instante sintió dar cuatro pasos en el aire de manera tan real que el último cayó sonoramente el suelo. Hasta tanto los bueyes habían pasado el quingo de más arriba y llegaban a la acequia del Bascún, que regaba los cañaverales.
Un aliento de triunfo le impulsó a seguir adelante hasta descansar sobre el muro protector del quingo. De nuevo sobreviniéronle estremecimientos ante el recuerdo del charco de sangre suicida de aquel desconocido que días antes se había estrellado en el lugar.
Abrumado de pensamientos sombríos continuó la subida hasta la calle transversal por donde habían ido los animales en dirección a la molienda.
Al llegar a la acequia agotado tomó agua de bruces hasta quedar semidesmayado al borde del camino. Un malestar general y convulsiones vomitivas le sobrevinieron con retortijones que parecían arrancar las vísceras.
Clareaba el día. Los dueños arrumaban la caña junto al trapiche y los peones sacaban el bagazo de la molienda anterior a secar en el patio, pero el moledor no llegaba.
Alguien se percató de que los bueyes vagaban sin control a la distancia. Salieron a buscar al labriego si acaso habrase detenido en alguna tienda. No estaba en la fonda donde solía entrar al desayuno ni asomaba en el camino a Illuchi.
Al tomar la calle recta en dirección a la acequia lo encontraron retorciéndose en vómitos de espuma. Por los efectos reconocieron que se trataba de mal aire. la impresión fue mayor al observar moretones y rasguños en el cuerpo. Extrañamente el afectado no hallaba explicación pero los vecinos llevaron la noticia de que lo había pegado el maligno.
Desde entonces se pensó en cerrar la cueva con la imagen de algún santo que espantase a los demonios. En primera instancia se pensó en una efigie de San Miguel Arcángel con la mano en la espada y los pies sobre un dragón, pero no había donde conseguir ni mandar a trabajar tal como sugería la devoción del pueblo.
A este tenor llegó a conocimiento del cura de Puela cuyo patrono es el santo de la milicia celestial que derribó a Lucifer. Su disgusto no se dejó esperar, pues los baneños son los primeros devotos del santo, y, el tenerlo en casa mermaría los ingresos por concepto de romerías.
Hasta tanto llegó la fiesta de San Francisco de Asís, patrono de la hacienda de Illuchi. Con esta oportunidad desfilaron efigies en emulación de gustos y devociones Entre ellas había una escultura antigua que cada año renovaba los pleitos de herederos. El cura aprovechó la circunstancia para zanjar el problema consiguiendo que la efigie fuera trasladada a la cueva.
Los moradores de Illuchi a pesar de sus obligaciones para con el santo grande, patrono de la hacienda, recogieron abundante limosna para la construcción del adoratorio. te En adelante estableciéronse priostazgos, jochas, y hasta comisiones semanales para el cuidado del lugar, y adoración permanente, no sea que el demonio al ver al santo solo pueda volver a posesionarse del lugar.
Actualmente la Cueva de San Francisco es atractivo turístico Los demonios parece que han desaparecido definitivamente para ir a meterse quién sabe en alguna otra cueva.
- Libro: Leyendas y Tradiciones de Baños
- Autor: Enrique Freire Guevara
Publicado en:
Publicado por: